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MÉRIDA 2019

El pasado 3 de julio, tuve la fortuna de asistir a una de las representaciones teatrales más impresionantes en el teatro de Mérida: “Mi viejo amigo Cicerón”. He de confesar que, en principio, me  vi asaltada por cierta reticencia, dada mi inevitable predisposición a la crítica negativa, adquirida, no sin razón, a partir de otras estancias en la escena emeritense. No esperaba mucho de la  obra en sí, pues no es un drama clásico, sino una recreación de los tiempos convulsos de la República Romana en boca de su más famoso orador: Marco Tulio Cicerón.

Me quedé perpleja y anonadada ante la genialidad que se aparecía ante mí con el esplendor más llamativo. Me he llevado alguna que otra decepción con actores, obras y calidad de lo representado, abogando siempre por la vuelta a lo clásico, sin ningún tipo de adaptaciones paletas: prefiero olvidar, a este respecto, aunque no lo logro, la versión flamenca de obras de Eurípides, o el tener que “tragarme” a  una Electra imposible, que Sófocles jamás reconocería, solamente porque una guapa actriz de series  televisivas la haya encarnado: cada cosa para lo que es y cada quién para lo que vale. Aún teniendo presente la importancia de la financiación, a veces, los “anzuelos” para que el teatro rebose de gente, resultan realmente patéticos (en el sentido clásico y actual del término). Pero esto es otra historia…

El Cicerón que me dieron a conocer no difería para nada de la idea que yo tenía del personaje- persona- orador, más bien al contrario: salía ganando. En la piel del gran actor José María Pou, arropado por dos jovencísimos profesionales- a los que auguro grandes éxitos en escena- Bernat Quintana y Miranda Gas, el Cicerón clásico, los episodios más relevantes de su vida, su faceta como orador, siempre mimetizada con su persona (el autor recitó maravillosamente algunos de sus textos famosos),  bajo la techumbre de una República llena de fracturas…todo esto hizo que el público se entregara de principio a fin, percibiendo como corta una obra larga.

Mario Gas (director), Ernesto Caballero (autor) y Sebastiá Brosa (escenografía) con todo un equipo de magníficos profesionales lo consiguieron, provocando tal conmoción en mi, que, en un determinado momento, me imaginé en otra época, disfrutando de una noche teatral en la Roma antigua, como uno de tantos espectadores que vivieron y sufrieron el auge y caída de distintos líderes políticos a los que, como suele ocurrir, se les cayó la máscara. Luego, despertándome, reflexioné sobre la grandeza y la miseria de aquéllos, su encumbramiento y su humillación, el castigo lógico a su”hybris”. Así que, inevitablemente se agolparon las comparaciones. Suele decirse que “No hay nada nuevo bajo el sol”y, en esencia, considero que es cierto, pero los detalles cuentan ¡y mucho!. No me refiero tanto a la bonhomía, corrupción o deseo más o menos falso de servir al pueblo, como al concepto de categoría política: saber actuar en un parlamento, empeñarse en hacer las cosas bien, cumpliendo con el pueblo que paga y sufre. El político actual parece definirse por su escaño o el lugar que ocupa en la foto y eso no estaría ni bien ni mal, siempre y cuando sea lo que se espera de él, que posea condiciones para estar donde está, que se esfuerce por justificar su sueldo (lo único que parece interesar a la mayoría) como intentamos hacer todos los afortunados que trabajamos.

Efectivamente, “Nihil novum sub sole”, pero la sensación que nos dejan esos que se hacen llamar protectores del pueblo es infinitamente cutre, lo cual me hace pensar en dos  famosas frases del Orador:

“O tempora, O mores”  o la primera que encabeza Las Catilinarias “quousque tandem Catilina, abutere patienta nostra”? ¡Si Cicerón levantara la cabeza!…

Ana Rivas



story | by Dr. Radut