La lluvia golpeaba con fuerza los cristales, el viento acunaba el automóvil, como si fuese la cuna de un niño...Allí en aquel descampado, parecían ser objeto de atención de la adversidad atmosférica, mientras ellos, ajenos a todo que no fuese su calor, la respiración entrecortada, el sudor entremezclado y la más absoluta compenetración, aislando todo sentimiento de soledad.
Ella no podía más, agarró con fuerza en su mano aquel poder masculino y lo miró con total decisión, sentía la necesidad urgente, de poner remedio a todos sus males, de dar por zanjado aquello que estaba atormentándoles desde hacía un buen rato. Ahora o nunca, le dijo. Si él no tenía agallas, ella disponía de sobra por ambos. En su mano el objeto pareció cobrar si no vida... si razón de ser. No lo pensó dos veces, abrió la puerta del coche, gato en mano y se dispuso a cambiar la rueda que los mantenía lejos de casa y del calor del hogar, él no quería mojarse, lo haría ella, como siempre...¿quién dijo miedo?
Mano Figueira, 2019
