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GRAECIA DIXIT

El perro de Alcibíades.

Alcibíades tenía un perro admirable por su tamaño y estampa, al que hizo cortar la cola, una cola que era como el coronamiento que remataba el conjunto. Como sus amigos íntimos se lo afearan y dijeran que todo el mundo lo censuraba por el asunto del perro, echándose a reír, les respondió: “Precisamente eso es lo que quiero, ser la comidilla de los atenienses para que no digan de mí cosas peores”.

Esta anécdota de Alcibíades, tan significativa de la intencionalidad del personaje por desviar la atención hacia un segundo plano de la actualidad, se puede entender mejor si se conoce a fondo su carácter, magistralmente trazado en la biografía que Plutarco le dedica. Aun conscientes de nuestras propias limitaciones, trataremos de suplirlas con cuatro pinceladas caracterológicas con el objeto de aproximarnos a este tipo humano difícilmente repetible en la historia.

Fue Alcibíades un joven rico, de abolengo, bien parecido, simpático, de un gran atractivo personal, dado a los golpes de efecto para captarse el favor popular y, por tanto, proclive a la demagogia: altanero, intrigante, envidioso, excéntrico, pendenciero y con una desmedida ambición de protagonismo. Su opulencia resultaba insultante y sus dispendios escandalosos. De vehemente elocuencia, sabía decir lo más conveniente en cada ocasión, y sabía decirlo con gracejo: hasta su ligera tartamudez servía de adorno a su atractivo personal. Irreverente y sacrílego, traidor a Atenas, colaboracionista con Esparta, en donde, abusando de la hospitalidad de su rey Agias, sedujo a su esposa, de la que tuvo un hijo. Hábil estratega, venció a la flota espartana en la batalla de Cízico, aunque perdió la de Egospótamos. De vida licenciosa, se hizo retratar en el regazo de una cortesana. Valiente hasta la temeridad, sus enemigos, para acabar con él, tuvieron que herirlo de lejos.

Se le ha definido como: “un genuino producto de la formación sofística, por cuanto considerando la moral, la religión y las instituciones políticas como nuevas convenciones humanas, él se conducía sin escrúpulo alguno como un superhombre, lleno de vanidad y soberbia”[1].

Original en todo lo que emprendía, admirado por los jóvenes y detestado por los mayores, nadie mejor que Aristófanes ha sabido retratar en un solo verso la paradójica actitud de la sociedad ateniense: El pueblo lo ama y lo aborrece, pero quiere tenerlo consigo (Ranas 1425)





[1] Vid. Tovar-Ruipérez, PLUTARCO, Alcibíades



story | by Dr. Radut