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GRAECIA DIXIT

El caballo de Troya

Después de diez años de asedio a la ciudad de Troya, los griegos han decidido levantar levantar el campamento, embarcar en sus naves y emprender el regreso, pero sólo es una maniobra simulada. En su última tentativa por apoderarse de la ciudad, hay que prescindir de la fuerza y recurrir al ingenio: es la estratagema que Ulises propondrá a sus compañeros de armas. Sin embargo, la ciudad está preservada de cualquier peligro, esencialmente por el patrocinio del Paladio[1]. Ulises (u Odiseo) y Diomedes son los encargados de sustraerlo aun a riesgo de cometer sacrilegio, pues hay que reparar la profanación con un desagravio a la diosa Palas Atenea, dejando en su lugar una ofrenda, que no es otra cosa que el gigantesco caballo de madera que Odiseo encarga construir al arquitecto Epeo. El artefacto es hueco y con aberturas en los flancos, como para alojar en su interior a los cincuenta mejores aqueos que acompañarán a Odiseo. El caballo es acercado a las puertas de la ciudad, con la siguiente inscripción: “Los helenos, en agradecimiento a Atenea por su regreso a la patria”. Entre tanto han quemado sus tiendas en señal de retirada y fondeando su flota, que ocultan tras la cercana isla de Ténedos.

Los troyanos, al ver desmantelado el campamento aqueo, creen que el enemigo ha suspendido el sitio. En esto, unos pastores conducen preso a presencia de Príamo al griego Sinón; el rey troyano manda desatarlo y lo interroga. Como es de esperar, su relato forma parte de la estratagema planeada: se presenta como un prófugo del ejército aqueo que ha escapado al sacrificio propiciatorio a que había sido destinado, porque los dioses, según el adivino Calcante, están irritados con los griegos y exigen una víctima. Tras la exposición de la historia de Sinón, se ha pasado de la hostilidad con que fue recibido por los troyanos a la curiosidad por conocer el significado del enorme caballo, que sobrepasa con mucho las murallas de la ciudad: el hippos douráteos, “el caballo de madera”, debe suplir al Paladio en su culto y en su culto y en su favor a la ciudad. No obstante, las opiniones son dispares: quienes pensaban que debía ser quemado, o arrojado por u precipicio, y quienes – la mayoría- terminaron por imponer su criterio de que debía ser introducido en la ciudad, aunque ello implicara abrir una brecha en la muralla. La profetisa Casandra[2] avisa inútilmente del contenido engañoso del caballo.

A esta advertencia viene a sumarse la del sacerdote Laocoonte[3], pero, de repente, dos serpientes surgen del mar y se precipitan sobre sus hijos; corre el padre a socorrerlos, arroja sobre el caballo su lanza, que se clava vibrante en la madera y, envuelto por los anillos de los reptiles, perece ahogado con sus hijos. Ante tal prodigio, los troyanos se confirman más en su disposición de introducir el caballo. Por fin, los troyanos, tras los portentos acaecidos, pueden celebrar con danzas, cánticos y festines la paz tan ansiada y, exhaustos, se entregan al reposo. Bien entrada la noche, Sinón enciende la antorcha convenida para que el ejército se aproxime a la ciudad; acto seguido, abre los flancos del caballo para que salgan Odiseo y sus acompañantes, que se deslizan por una cuerda hasta el suelo e, inmediatamente, abren también las puertas de Troya. Los invasores cogen por sorpresa a sus habitantes en pleno descanso nocturno: luchas, persecuciones, estragos, asesinatos. Neoptólemo, el hijo de Aquiles, implacable, mata al rey Príamo acogido al altar de Zeus; Áyax viola a Casandra, aun estando abrazada a una estatua  Atenea; el pequeño Astianacte, el hijo del difunto Héctor y de Andrómaca, es arrojado cruelmente desde lo alto de una de las torres de Ilión. No hay piedad para los troyanos, la ciudad toda esté envuelta en llamas y los vencedores se reparten a las mujeres y el botín: sólo Eneas y los suyos logran escapar.

Tal cúmulo de acontecimientos se sintetiza en la fórmula glosada y que circula en niveles culturales altos, ya incorporada en la nueva edición de la DRAE entre los modismos exhibidos en la entrada “caballo” con el siguiente enunciado: “introducción subrepticia en un medio no propicio, con el fin de lograr un determinado objetivo”

 

 

 

 





[1] Acerca del origen del Paladio se tejieron las más diversas y complejas leyendas. En síntesis, el Paladio era una “estaui-lla” (de ahí el sufijo de diminutivo que contiene) de Palas, de tres codos  medio de altura (poco más de metro y medio), que, por sincretismo religioso, pasó a aplicase como apelativo a Atenea, componiendo el doble teónimo de Palas Atenea. Accidentalmente, Zeus lo arrojó a la llanura de Ilión o Ilio (llamada después Troya), cuando Ilo, su fundador y epónimo, estaba construyendo la ciudad de su nombre. El hecho fue considerado milagroso par la ciudad en ciernes bajo su tutela: por este motivo, la población pudo resistir los diez años de asedio. En su mano derecha portaba una lanza y en la izquierda un huso  una rueca. Para los griegos urgía sacarla fuera de Troya al objeto de que ésta quedara desprotegida. Precisamente, Ilíada deriva de Ilio, el otro nombre de Troya.



[2] Esta hija de Príamo poseía el don de la mántica, otorgado por Apolo como presente de amor y de seducción, pero, tan pronto como la hubo aprendido, rechazó al dios, que, en venganza, le retiró el crédito de las gentes, de suerte que sus vaticinios resultaban inanes.



[3] Laocoonte era el sacerdote del templo de Apolo en Troya; por haberse unido sacrílegamente  su esposa en presencia de la estatua del dios, cayó en desgracia de éste, motivo que le acarreó su muerte y la de sus hijos.



story | by Dr. Radut