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CURIOSIDADES ETIMOLÓGICAS

FARI

Quizás la actividad que mejor  distingue al hombre del resto de los animales, además de la del raciocinio, es la de hablar. Dentro ya del léxico relacionado con la facultad de hablar, contamos con diferentes verbos, cada uno con su propio matiz: hablar, decir, conversar, predecir, murmurar… El latín dispuso de un verbo base, for, fari, fatus sum, que sembró las lenguas romances de palabras derivadas. La capacidad de expresarse por la palabra era tan importante en el mundo latino, que al niño en sus primeros años – desprovisto aún de habla- se le denominó con un término especial, infans, “el que todavía no puede hablar”. Equivale al bebé, “el que balbucea”, palabras éstas que expresan lo que no es aún un habla articulada y coherente. Lo propio de un niño es lo infantil. La infancia es la etapa propia de los niños. Cuando vemos reacciones que no se corresponden con la edad adulta, hablamos de infantilismos.

 

El infanticidio era un crimen terrible del que “no puede hablarse”. Han pasado a la historia infanticidas como Herodes, que mandó la matanza de niños inocentes, menores de dos años en Belén y alrededores y, por lo tanto infantes. Un cambio semántico en el siglo XII hizo que el infante pasase a ser el heredero de la corona, y hoy lo sigue siendo en la monarquía española. Fue Sancho III el Deseado (1134-1158), hijo de Alfonso VII, el primero al que se dio este título en Castilla.

Surgió más tarde el infantazgo, señorío atribuido a un infante o hijo de rey, y los infanzones, “hombres correspondientes a la segunda clase de la nobleza, superior a los hidalgos e inferior a los ricoshombres”. La infantería era el cuerpo del ejército de los más jóvenes, aquellos que no podían pagarse un caballo y todo su equipamiento, élite que formaba la caballería. Con el tiempo la infantería, por su gran movilidad en el campo de batalla y sus meritorias acciones, pasó a ser la parte más importante del ejército de tierra.

 

Hay personas que hablan muy bien, que tienen el don de la oratoria, o al menos el de la palabra, gozan de facundia, son elocuentes. Y junto a Facundo tenemos a Eufemia, con un significado muy parecido al de Eulalia y Eulogio (derivados del griego) que “hablan bien” o que “se habla bien” de ellos. Cabe señalar, en este sentido, ese interesante hagiotopónimo que es Sahagún, pueblo leonés surgido junto al monasterio benedictino de San Facún.

 

Las personas de las que se habla son famosas; lo que se dice de otros es la fama; puede difamarse a un personaje famoso o injuriar a alguien con infamias, o con blasfemias, término que se especializó más tarde en el terreno religioso.

 

Hay delitos infames , “que no se pueden decir”, como tantos asesinatos en el ámbito doméstico, como la muerte de los hijos de Medea a manos de su madre; o el descuartizamiento de Itis por su madre Procne, su posterior guiso y su ingesta por parte de su padre Tereo.[1]

 

Los programas de famoseo en televisión a veces no tienen en cuenta el derecho a la intimidad, y descubren lo inefable, “que no debe decirse”.

 

Afabilidad en el trato y las relaciones humanas es muy necesaria. Las afirmaciones difamatorias llevan muchas veces a confesar la culpabilidad. Algunas habladurías tienen su base en simples fábulas, y los personajes de fábulas son fabulosos en su doble sentido de no haber existido y de ser extraordinarios. Quien escribe fábulas es fabulista, como Esopo en griego, Fedro en latín , Samaniego e Iriarte en español. La fábula es de lo que se habla. Hablar es la evolución natural en español del fabulari latino y aquello de lo que se habla son habladurías. A veces, varios pueden unirse contra uno, se confabulan contra él.

 

Derivado del francés fantoche tenemos el mismo término en español, fantoche, que en su origen es el títere que habla, y del diminutivo italiano fanciullo heredamos el chulo, es decir, el jovencito. A partir de su actitud, hablaremos de aires chulescos, por utilizar un eufemismo. Delante de los tratados tenemos el prefacio “lo que se dice antes”, que los profesores, quienes nos dedicamos a enseñar con la palabra, estamos acostumbrados a leer con detenimiento. La Iglesia católica llama confesores a los que han hecho profesión de fe.

 

Desde el Antiguo Testamento ha habido personas escogidas para decir lo que iba a ocurrir en el futuro, eran capaces de profetizar, son los profetas, cuyas profecías han influido sobre pueblos enteros.

 

Griegos y romanos estuvieron siempre preocupados por el fatum, el hado, el destino, “lo que se dice que ha de ocurrir”, el hado; y se puede hadar, pronosticar el destino que regía la vida de hombres y dioses, y por ello era tan importante acudir a Delfos, a Dodona y a los demás santuarios oraculares para conocer el futuro reservado a cada uno. El hada (<fata), a la que Nebrija define como “diosa del hado, parca”, se convierte en ese ser fantástico con figura de mujer bellísima que favorece a los elegidos, el hada madrina de los cuentos.

 

Algo marcado por el destino negativamente es nefasto, prohibido, frente a los días en que era lícito, fasto, realizar algo. Y de ahí Fausto, feliz y fastuoso. Por eso los días feriados en los que se permitía celebrar algún acontecimiento eran fiestas, y se consideraban festivos. Más tarde vendrían los festivales.

 

En la antigüedad se encontraban objetos causantes de que el destino se cumpliera, es decir, objetos fatales, como el cabello de Orestes depositado sobre la tumba de Agamenón, que encuentra su hermana Electra. En su origen fatal no tenía ninguna connotación negativa, pero con el tiempo se convirtió en sinónimo de catastrófico.

 

El hado puede llegar malhadado, “predestinado a un mal”, y malvado (<malifatius), pero es que un término tan castizo como fario, muy propio de Andalucía, que casi siempre va acompañado del adjetivo “malo” (“tener mal fario”), procede del portugués fadario (en español tenemos también hadario). Y cuando uno tiene mal fario puede estar enfadado. No es extraño por ello que el fado sea una canción tan melancólica y triste. Fandango y fandanguillo proceden de fado,canciones en las que se comentaba el futuro de una persona.

 

Entre los romanos fanum – santuario, lugar consagrado- era el lugar donde se pronunciaban los hados, y las palabras divinas, y se pone en relación con fari. Así parece deducirse de un pasaje de Tito Livio. Quien se quedaba fuera del templo, delante, sin entrar en él, era el profano. Posteriormente profanar pasó a ser “tratar una cosa sagrada sin el debido respeto. El fanático será aquel “partidario exaltado e intolerante de una creencia”.

 

 

 

 

 






[1] Podemos verlo en el famoso cuadro de TRubens en el Museo del Prado.

 



story | by Dr. Radut