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Decembro 21

Cartas al señor A.

Cuando el Alzheimer vino a casa  de  Anna Sakowicz

        Na década dos sesenta do pasado século,  Alois Alzheimer puxo nome a unha enfermidade descoñedida ata entón: un dos grandes males do noso tempo, un proceso dexenerativo que rouba o pasado e o presente das persoas que o padecen e das familias que viven cos doentes. Neste libro, a pequena  Anielka, utilizando o xénero epistolar, fainos pensar sobre a frustración e a dor que sofre cando ve que a súa avoa non lembra o seu nome, ou cando a confunde coa súa nai, pero tamén o gran agarimo con que a trata. Unha obra para remover as emocións e mostrar una versión concreta da vivencia desta terrible enfermidade.
    
    Señor A:
    Me llamo Anielka.

    Hasta hace poco vivía con mis padres y mi hermana, pero un día se mudó con nosotros la abuela. Entonces empezaron los problemas, porque nadie imaginó que usted se mudaría con ella.
    Así que decidí escribirle porque usted no me gusta, así de simple. No me gusta nada en absoluto. Y quiero pedirle que se vaya. Dejaré las cartas en el umbral de la habitación de mi abuela. Creo que las encontrará, porque mamá y papá dicen que usted vive también en ese cuarto. No sé quién lo permitió, porque yo no le dejaría entrar en casa. Usted es malo. Y además, invisible, aunque escucho a mi abuela hablar con usted de vez en cuando. Mamá llora, pero aparenta sonreír. Es gracioso cuando entro en la cocina y la veo sorberse los mocos sentada junto a la mesa. Tiene las mejillas sonrojadas y ojeras, pero levanta las comisuras de la boca y hace como que todo está bien. ¡Los mayores son tan tontos! Piensan que si sonríen, el niño no se dará cuenta y no entenderá nada. ¡Los niños no somos idiotas! No hay que sonreírles como un bobo que mira la luna (es lo que dice mi hermana cuando le sonrío).
    -¿Qué pasa? -pregunté.
   -Nada, cariño, todo bien. Estaba pelando una cebolla.
    Mamá cree que así me daré por contenta, pero ya no tengo tres años, sé distinguir cuando alguien llora porque está triste. No digo nada. Como ella, hago como si todo estuviera bien. Aunque no creo que lo esté. Todos aparentamos. Como si estuviéramos actuando en una obra de teatro de la escuela.
    No creo que yo sea buena actriz, porque mi profe no me da papeles demasiado importantes. Me gustaría hacer de Cenicienta, es mi sueño. No sé si debería decirle esto, porque mi madre le contó una vez a mi tía que usted había arruinado los planes de mis padres y mis abuelos. Si pudo arruinar sus planes, tal vez pueda arruinar también mis sueños. Al fin y al cabo, un sueño es un plan agradable para hacer en un futuro lejano.
    Aún así, me voy a arriesgar y le diré que una vez hice de una granjera que gritaba: «Las vacas ya están ordeñadas». Me daba miedo equivocarme y confundir vacas con patos. Todos los niños de mi edad saben que se ordeñan las vacas y no los patos, pero los nervios pueden llevarte a cometer errores tontos. Mi abuela siempre dice que hasta una hoja seca siente emociones, pero hay que controlarlas, tomar las riendas. No sé qué es una rienda, pero según mi abuela es algo que sirve para guiar un caballo. No  me lo puedo imaginar. ¿Usted sabe montar a caballo?
    Por otro lado, mi abuela podría ser una gran actriz de teatro: a veces hace como que... Cuando se lo digo, la abuela se enoja o se ríe. No sé de qué depende su humor. Creo que trata de engañarme, porque un rato después me llama «Anielka» como si nada hubiera pasado. Lo hace muy bien. Podría ser una actriz famosa si fuera más joven, porque las actrices suelen ser esbeltas y jóvenes. Y mi abuela tiene sesenta y un años. ¡Es tan mayor!
    No entiendo por qué usted no la deja en paz. Mi abuelo se enfadará como le pille aquí.
   Nuestra profe de lengua dice que, si nos sentimos mal, lo pongamos por escrito, pues cuando una expresa su malestar con palabras, enseguida se siente mucho mejor. No me convence del todo, porque cuando Sonia llenó mi cuaderno de garabatos, escribí cincuenta veces que estaba triste y no me ayudó. La tristeza no se fue. Tal vez la profe…



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