Nais

Nais e lectura

Julio CORTÁZAR

          "Mi madre... era lectora muy indiscriminada, sin ningún rigor científico, lectora de novelas, lectora de cuentos, romántica por naturaleza. Eso ayudó mis primeros pasos en la infancia, porque a través de mimadre yo fui recibiendo los libros que ella consideraba que yo podía leer en esa época, muchos de los cuales eran folletines, libros de poca calidad, novelescos.

           Pero eso se mezclaba con las buenas obras de Alejandro Dumas, de Víctor Hugo, de manera que sin que hubiera un criterio de selección severo, yo tuve una biblioteca que me abrió enormemente la imaginación... En ese sentido mi madre fue una gran iniciadora en el camino de lector primero y de escritor después".

          "Mi madre fue muy imaginativa y con una cierta visión del mundo. No era una gente culta pero era incurablemente romántica y me inició en las novelas de viajes. Con ella leí a Julio Verne. Es extraño porque las mujeres no leen a Julio Verne. Mi madre leía mala literatura, no era culta pero su imaginación me abría otras puertas. Teníamos un juego: "Mirar el cielo y buscar la forma de las nubes e inventar grandes historias." Esto sucedía en Bánfield. Mis amigos no tenían esa suerte. No tenían madres que mirasen las nubes. En mi casa había una biblioteca y una cultura".

 

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 Lecturas sobre nais

Begoña ABAD: La medida de mi madre

No sé si te lo he dicho:
mi madre es pequeña
y tiene que ponerse de puntillas
para besarme.
Hace años yo me empinaba,
supongo, para robarle un beso.
Nos hemos pasado la vida
estirándonos y agachándonos
para buscar la medida exacta 
donde poder querernos.

* * * * * 

Celso Emilio FERREIRO

NAI

 
 Eu non choro por ti, pois sei que mouras
xunto á fonte do tempo, alá no fondo
de tódolos camiños das estrelas.
 
Choro por min, cun pranto inconsolábel,
que me quedei sin ti, meu limpo espello,
coma un arbre na noite, sio e núo,
fendido polo cerne, coas raíces
sin os doces segredos das violedas.
 
Choro por min, por estas maus de cinza
que outrora foron pombas,
cando o meu corazón era un paxaro
e ti pasabas sempre atafegada
nun rumor de formiga labourando.
 
Tecían as labercas seus abrentes
i eu era un vagalume, unha estreliña
ateigada de luz polas vereas.
Dios estaba con nós.
 
Agora estou soliño,
orfo de beixos tépedos sin mácula.
Choro por min que xa non teño colo
para pousarme nil coma nun niño,
miña nai imposíbel, viva e morta
no cristal dos meus ollos.
 
* * * * *
Dámaso ALONSO: La madre

No me digas

que estás llena de arrugas, que estás llena de sueño,
que se te han caído los dientes,
que ya no puedes con tus pobres remos hinchados,
deformados por el veneno del reuma.
 
No importa, madre, no importa.
Tú eres siempre joven,
eres una niña,
tienes once años.
Oh, sí, tú eres para mí eso: una candorosa niña.
 
Y verás que es verdad si te sumerges en esas lentas aguas,
en esas aguas poderosas,
que te han traído a esta ribera desolada.
Sumérgete, nada a contracorriente, cierra los ojos,
y cuando llegues, espera allí a tu hijo.
Porque yo también voy a sumergirme en mi niñez antigua,
pero las aguas que tengo que remontar hasta casi la fuente,
son mucho más poderosas, son aguas turbias, como teñidas de sangre.
Óyelas, desde tu sueño, cómo rugen,
como quieren llevarse al pobre nadador.
¡Pobre del nadador que somorguja y bucea en ese
mar salobre de la memoria!
 
... Ya ves: ya hemos llegado.
¿No es una maravilla que los dos hayamos arribado
a esta prodigiosa ribera de nuestra infancia?
Sí, así es como a veces fondean un mismo día en
el puerto de Singapoor dos naves,
y la una viene de Nueva Zelanda, la otra de Brest.
Así hemos llegado los dos, ahora, juntos.
Y esta es la única realidad, la única maravillosa realidad:
que tú eres una niña y que yo soy un niño.
 
¿Lo ves, madre?
No se te olvide nunca que todo lo demás es mentira,
que esto solo es verdad, la única verdad.
Verdad, tu trenza muy apretada, como la de esas niñas
acabaditas de peinar ahora,
tu trenza, en la que se marcan tan bien los brillantes lóbulos del trenzado,
tu trenza, en cuyo extremo pende, inverosímil, un pequeño
lacito rojo;
verdad, tus medias azules, anilladas de blanco, y las
puntillas de los pantalones que te asoman por
debajo de la falda;
verdad tu carita alegre, un poco enrojecida, y la
tristeza de tus ojos.
(Ah, ¿por qué está siempre la tristeza en el fondo de la alegría?)
¿Y adónde vas ahora? ¿Vas camino del colegio?
 
Ah, niña mía, madre,
yo, niño también, un poco mayor, iré a tu lado,
te serviré de guía,
te defenderé galantemente de todas las brutalidades
de mis compañeros,
te buscaré flores,
me subiré a las tapias para cogerte las moras más
negras, las más llenas de jugo,
te buscaré grillos reales, de esos cuyo cricrí es como
un choque de campanitas de plata.
¡Qué felices los dos, a orillas del río, ahora que va a
ser el verano!
A nuestro paso van saltando las ranas verdes,
van saltando, van saltando al agua las ranas verdes:
es como un hilo continuo de ranas verdes,
que fuera repulgando la orilla, hilvanando la orilla
con el río.
¡Oh qué felices los dos juntos, solos en esta mañana!
Ves: todavía hay rocío de la noche; llevamos los
zapatos llenos de deslumbrantes gotitas.
 
¿O es que prefieres que yo sea tu hermanito menor?
Sí, lo prefieres.
Seré tu hermanito menor, niña mía, hermana mía,
madre mía.
¡Es tan fácil!
Nos pararemos un momento en medio del camino,
para que tú me subas los pantalones,
y para que me suenes las narices, que me hace mu-
cha falta
(porque estoy llorando; sí, porque ahora estoy llo-
rando).
 
No. No debo llorar, porque estamos en el bosque.
Tú ya conoces las delicias del bosque (las conoces
por los cuentos,
porque tú nunca has debido estar en un bosque,
o por lo menos no has estado nunca en esta deliciosa
soledad, con tu hermanito).
Mira, esa llama rubia que velocísimamente repique-
tea las ramas de los pinos,
esa llama que como un rayo se deja caer al suelo,
y que ahora de un bote salta a mi hombro,
no es fuego, no es llama, es una ardilla.
¡No toques, no toques ese joyel, no toques esos dia-
mantes!
¡Qué luces de fuego dan, del verde más puro, del
tristísimo y virginal amarillo, del blanco creador,
del más hiriente blanco!
¡No, no lo toques!: es una tela de araña, cuajada de
gotas de rocío.
Y esa sensación que ahora tienes de una ausencia
invisible, como una bella tristeza, ese acompasado
y ligerísimo rumor de pies lejanos, ese vacío, ese presentimiento súbito del bosque,
es la fuga de los corzos. ¿No has visto nunca corzas
en huida?
¡Las maravillas del bosque! Ah, son innumerables; nunca
te las podría enseñar todas, tendríamos
para toda una vida...
 
... para toda una vida. He mirado, de pronto, y he
visto tu bello rostro lleno de arrugas,
el torpor de tus queridas manos deformadas,
y tus cansados ojos llenos de lágrimas que tiemblan.
Madre mía, no llores: víveme siempre en sueño.
Vive, víveme siempre ausente de tus años, del sucio mundo
hostil, de mi egoísmo de hombre, de mis
palabras duras.
Duerme ligeramente en ese bosque prodigioso de tu
inocencia,
en ese bosque que crearon al par tu inocencia y mi
llanto.
Oye, oye allí siempre cómo te silba las tonadas nue-
vas tu hijo, tu hermanito, para arrullarte el sueño.
 
No tengas miedo, madre. Mira, un día ese tu sueño
cándido se te hará de repente más profundo y
más nítido.
Siempre en el bosque de la primer mañana, siempre
en el bosque nuestro.
Pero ahora ya serán las ardillas, lindas, veloces
llamas, llamitas de verdad;
y las telas de araña, celestes pedrerías;
y la huida de corzas, la fuga secular de las estrellas
a la busca de Dios.
Y yo te seguiré arrullando el sueño oscuro, se te-
guiré cantando.
Tú oirás la oculta música, la música que rige el
universo.
Y allá en tu sueño, madre, tú creerás que es tu hijo
quien la envía. Tal vez sea verdad: que un co-
razón es lo que mueve el mundo.
Madre, no temas. Dulcemente arrullada, dormirás en
el bosque el más profundo sueño.
Espérame en tu sueño. Espera allí a tu hijo, madre

mía.