Lejos, pero cada vez más cerca

“Lejos, pero cada vez más cerca”

Andrea se detuvo para leer el cartel: "Recogida de material escolar". Le pareció una idea estupenda reunir libretas, bolígrafos, lápices y gomas para enviarlos a otros niños que vivían en algún lugar lejano y que no tenían lo necesario para poder empezar el curso. Rápidamente cogió su móvil y empezó a llamar a sus amigos para proponerles la idea. Todos estuvieron de acuerdo en colaborar y en muy poco tiempo reunieron más material del que habían imaginado en un principio. Cuando terminaron, se sintieron tan satisfechos de haber podido contribuir con su ayuda, que decidieron todos por unanimidad seguir colaborando de ahora en adelante en todo lo que estuviera en su mano. Claro que de momento tenían solo 13 años y no podían hacer todo lo que quisieran, pero seguro que según se fueran haciendo mayores podrían hacer más y más. Todo era empezar.

Los padres de Andrea se ofrecieron a ayudarlos y llevar todo en su coche, así que Andrea y sus amigos guardaron todo en cajas y lo dejaron preparado para trasladarlo al día siguiente al punto de recogida. La noche anterior a entregar el material, Andrea se sentía feliz mirando todo aquello que habían conseguido reunir. Le habían dicho que iría a un país de África, Burkina Faso seguramente. Ya podía imaginarse las caras de felicidad e ilusión de aquellos niños cuando recibieran su material para empezar el curso. Ella quería ser profesora y le gustaría algún día poder dar clase a esos niños. De repente, se le ocurrió una idea. Cogió uno de los cuadernos, de color rojo, y un bolígrafo. Se dirigió al porche de su casa y se sentó allí fuera, bajo las estrellas. Era algo que solía hacer. Estar sentada ahí fuera, en medio de esa paz y tranquilidad le hacía sentir bien y eso le permitía pensar las cosas de una manera que no podía hacer durante el día. Abrió el cuaderno por la última página y escribió algo en la contraportada. Lo cerró, lo apretó contra su pecho y siguió así, como a ella le gustaba, pensando y mirando las estrellas, durante un buen rato, hasta que su madre la llamó para acostarse porque era ya muy tarde.

Al día siguiente Andrea, sus padres y dos de sus amigos llevaron todo lo recogido y se lo entregaron a Marcos, el voluntario encargado de recoger el material escolar, que les agradeció su colaboración y les felicitó por su buen trabajo. Más tarde, mientras los voluntarios clasificaban todo, un cuaderno rojo cayó al suelo. Al caer, se abrió por la última página. Marcos lo recogió y, al hacerlo, vio que había algo escrito en la contraportada. Lo leyó, sonrió y volvió a colocarlo en su sitio. Pensó que pequeños detalles como ese eran los que le daban fuerzas para seguir adelante y le hacían mantener la ilusión. Al día siguiente todo el material escolar empezó su largo viaje hacia África.

Semanas después, en un poblado de Burkina Faso, Alima terminó de ayudar a su madre y se sentó fuera de su cabaña de adobe con un cuaderno rojo entre las manos. Estaba ilusionada porque acababa de comenzar un nuevo curso. La temporada de lluvias había terminado y, una vez recogidas las cosechas, llegaba el momento de volver a la escuela. Tenía que caminar durante una hora y media para llegar hasta allí y otra hora y media más para volver a su casa. En el poco tiempo libre que le quedaba tenía que ayudar a su madre con las tareas de la casa y las del campo, además de ocuparse del cuidado de sus cuatro hermanos pequeños y de la única cabra que tenían, pero no importaba. Aun así, se consideraba muy afortunada. Otros niños no tenían la oportunidad que ella tenía de asistir a una escuela porque no tenían ninguna lo suficientemente cerca de sus casas. Incluso esa a la que iba ella llevaba sólo tres años funcionando. Se había construido gracias a la ayuda de personas de otro país que habían dado su dinero para construirla. También gracias a ellos habían conseguido la cabra, las semillas con las que habían plantado maíz y su nuevo pozo. Alima se sentía profundamente agradecida a estas personas que les habían ayudado sin conocerlos de nada. Le maravillaba que hubiera gente que se preocupara por unas personas tan pobres como ellos y que vivían tan lejos. Gracias a ellos sus vidas habían mejorado. Alima pedía a Dios que esas personas no dejaran de ayudarles y pudieran construir también una escuela de secundaria, porque ella quería seguir estudiando y, de momento, no había ninguna cerca. Ella quería ser profesora. Sus amigas Niara y Latifa se reían de ella cuando lo decía, pero esa era su ilusión y pensaba luchar por ella con todas sus fuerzas. Antes, en su poblado, y aun ahora en otros muchos, a muchas niñas sus padres no las dejaban acudir a la escuela porque tenían que ir a buscar el agua con las otras mujeres y eso suponía muchas horas caminando, así que ya no les quedaba tiempo para asistir a clase. ¡Menos mal que cerca de su poblado habían construido el nuevo pozo! Gracias a eso, sus hermanas, sus amigas y ella ahora ya no tenían ese problema y podían ir a la escuela.

Alima volvió a abrir el cuaderno rojo y leyó una vez más la nota escrita en la contraportada. Estaba escrita en una lengua que ella no conocía, pero se la había llevado al padre Rosendo para que le dijera lo que decía. Él venía del mismo lugar de donde venían los cuadernos y estaba segura de que podría traducirle aquel mensaje. Y así fue. Ahora ya sabía lo que decía: "Estamos lejos, pero somos uno. Mira siempre la estrella más brillante del firmamento". Alima levantó la vista y miró el cielo estrellado. Se fijó en la estrella que brillaba más que todas y pensó quién habría escrito aquella nota. Quizás sería una niña como ella, de su misma edad, que en ese momento y en ese país lejano que se llamaba España estaría mirando esa misma estrella y quizá estaría viviendo su misma ilusión. La ilusión de un futuro mejor e igual para todos. Alima siguió así durante un buen rato, hasta que su madre la llamó para acostarse porque era ya muy tarde.

Años más tarde, en el aeropuerto de Ouagadougou, dos mujeres jóvenes, una española y otra africana, se encuentran y se saludan:

- ¿Andrea Pórtela?

- Sí, soy yo.

- Bienvenida a Burkina Faso, Andrea. Soy Alima Abjayou, la directora de la escuela de secundaria de Kaya.

- Encantada de conocerla, Alima. Estoy deseando empezar. No sabe el tiempo que llevaba esperando este momento. Ante todo, tengo que felicitarles por su gran esfuerzo y sus grandes logros.

- Muchas gracias, pero nuestro esfuerzo no habría valido de nada sin su gran ayuda. La llevaré a su nueva casa. La invito a cenar y después podemos dar un paseo bajo las estrellas mientras hablamos. ¿Qué le parece, Andrea?

- Me parece una idea estupenda. ¿A usted también le gusta mirar las estrellas?

- Me encanta. Hace años que es mi afición favorita.

- ¡Qué casualidad! La mía también.

- La verdad es que hacerlo es algo que me llena de fuerza y esperanza. Algún día le contaré como empezó esta afición. Es una historia curiosa.

Y Andrea y Alima se alejaron juntas, con la misma ilusión por el futuro que tenían cuando eran niñas, con la misma ilusión por ese mundo nuevo que tanto deseaban y que ahora tienen mucho más cerca.

Mª Elena Regueiro García

CEIP Plurilingüe Concepción Arenal – A Coruña