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3°ESO: ¡CUARENTENA REFLEXIVA Y CREATIVA!

 ¡Buenos días, chicas y chicos!

 

En estos días tan particulares que nos está tocando vivir, os animo a que dediquéis un poquito de vuestro tiempo a escribir. ¿Y qué os propongo yo al respecto? Pues dos opciones, de entre las cuales podéis elegir una o ambas:

1. Existe un término japonés que es intraducible a cualquier lengua y que, además, se considera indefinible en la propia cultura japonesa: "WABI-SABI". Aun así, podríamos decir que el término se refiere a una concepción de la propia vida que da cabida a lo imperfecto en todo (en la naturaleza, en el arte, en la arquitectura...).

Se trata, por tanto, de ENCONTRAR LA BELLEZA EN LO IMPERFECTO y ESO os pido yo que hagáis. Solemos perder mucho tiempo esperando el momento perfecto, el viaje perfecto, la vida perfecta. Estad atentos: a veces la felicidad y la belleza más absolutas viven en lo imperfecto. Pensad en situaciones de las que os habéis quejado en vuestro día a día y que ahora echáis de menos en esta cuarentena. Pensad también en cosas que, pese a las limitaciones de nuestra realidad actual, sí podéis disfrutar igualmente durante estos días y os aportan felicidad. Anotad en un borrador las ideas que se os vayan ocurriendo.

Cuando hayáis anotado unas cuantas ideas, debéis ordenarlas y escribir un texto (tenéis absoluta libertad formal) en que abordéis y razonéis cuestiones como: ¿podemos aprender algo de esta situación?, ¿creéis que cuando volvamos a la normalidad todo será igual? 

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2. Leed pausadamente los fragmentos que os ofrezco a continuación y elegid UNO como INICIO para crear un relato propio. Una vez hayáis elegido un texto, anotad en un borrador, a modo de lluvia de ideas, todo lo que os sugiera. A continuación, tratad de ordenar y dar forma a las ideas para empezar a crear vuestra propia historia. Tenéis absoluta libertad temática para plantear lo que os parezca.

Solo os planteo una condición: debéis incluir en vuestro relato 4 objetos que podáis ver, ahora mismo, desde la ventana de vuestra habitación. Los textos son:

a) Quiero contar algo de un anciano, de un hombre que ya no dice ni palabra, que tiene una cara cansada, demasiado cansada para sonreír y demasiado cansada para enfadarse: vive en una pequeña ciudad, al final de la calle o cerca del cruce: Casi no merece la pena describirlo, apenas lo distingue algo de los demás. Lleva un sombrero gris, pantalones grises, una chaqueta gris y en invierno el largo gabán gris y tiene un cuello delgado, cuya piel está seca y arrugada. Los cuellos blancos de las camisas le están demasiado anchos.

 

b) La tortuga, cargada así, caminó, caminó y caminó de día y de noche. Atravesó montes, campos, cruzó a nado ríos de una legua de ancho, y atravesó pantanos en que quedaba casi enterrada, siempre con el hombre moribundo encima.

Después de ocho o diez horas de caminar se detenía y deshacía los nudos y acostaba al hombre con mucho cuidado en un lugar donde hubiera pasto bien seco. Iba entonces a buscar agua y raíces tiernas, y le daba al hombre enfermo. Ella comía también, aunque estaba tan cansada que prefería dormir.

 

c) Voy a contar el caso más espantable y prodigioso que buenamente imaginarse puede, caso que hará erizar el cabello, horripilarse las carnes, pasmar el ánimo y acobardar el corazón más intrépido, mientras dure su memoria entre los hombres y pase de generación en generación su fama con la eterna desgracia del infeliz a quien cupo tan mala y tan desventurada suerte. ¡Oh cojos!, escarmentad en pierna ajena y leed con atención esta historia, que tiene tanto de cierta como de lastimosa; con vosotros hablo, y mejor diré con todos, puesto que no hay en el mundo nadie, a no carecer de piernas, que no se halle expuesto a perderlas.

 

d) Él trabajó durante toda su vida en una ferretería del centro. A las ocho y media de la mañana llegaba a la parada del autobús y tomaba el primero, que no tardaba más de diez minutos. Ella trabajó también durante toda su vida en una mercería. Solía coger el autobús tres paradas después de la de él y se bajaba una antes. Debían salir a horas diferentes, pues por las tardes nunca coincidían. Jamás se hablaron. Si había asientos libres, se sentaban de manera que cada uno pudiera ver al otro. Cuando el autobús iba lleno, se ponían en la parte de atrás, contemplando la calle y sintiendo cada uno de ellos la cercana presencia del otro.

 

Os animo a que estos días os detengáis a observar, reflexionar y valorar todo cuanto os rodea. Disfrutad de las lecturas pausadas, de las buenas películas y de la música que acaricia un poquito el alma; pero no descuidéis los ejercicios que os he ido colgando en días pasados.

Os reitero que en mi correo (elenapv06@gmail.com) estaré encantada de resolver vuestras dudas y de recibir vuestros textos.

Elena

 



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